La pluralidad y la diversidad parecen penadas, y así, cada
uno tiene que seguir su lucha. Normalmente por separado, porque la segregación
es lo único que parece no estar penado.
¿La lucha de los niños quién la hace? Si ni siquiera sus
propios educadores (tanto profesionales como padres) dejan de establecer una
relación de poder-sublevación. Si ni siquiera el país, genéricamente hablando, piensa en ellos. No es un
país para niños. Son ninguneados, engañados, manipulados… Pero esto es lo
“menos" jodido que se les puede hacer. Lo de quitarles su identidad es otra
historia. Estamos dejando a los niños sin identidad porque les obligamos a
hacer cosas que ellos preferirían hacer en otro momento y, además, lo hacemos constantemente. No hablo de cosas que son necesarias que hagan por su propio bien, entiendiendo por propio bien aquello que realmente lo es, no lo que pensamos nosotros (con nuestra mente turbada de adultos) que es.
Pero, ¿quién sabe cuál es la identidad de los niños, si es una sociedad pensada
para las necesidades de los mayores? Una vez, una sabia conocida me dijo que aquello
que les gusta a los niños siempre nos gustará a nosotros y que, ya que en este
mundo pasarán ellos más tiempo, lo justo es que lo hagamos a necesidades de
ambos, o lo que es lo mismo, a sus necesidades. Pero se nos olvida una cosa:
dejar de olvidar que una vez fuimos niños.
Practicamos la empatía (menos de lo que deberíamos, debo decir) con los mayores, pero no nos paramos a pensar qué siente un
niño, qué piensa un niño, qué puede necesitar… Pensamos que un niño es una
muñeca de éstas que promocionan constantemente en Navidad, que habla si la
empujas a hacerlo presionando un botón, se las puede alimentar y las hay
que hasta duermen. Fabricamos cosas para niños y las creamos nosotros, los mayores.
¿Quién nos ha dado esa libertad total? Luego nos da en la cara el mal uso/uso
incorrecto del objeto/lo que sea que hayamos creado por parte del niño; como si
hasta el descubrimiento de la vida, del juego y de las experiencias lo tuviesen
que hacer como nosotros queremos. Pero, me atrevería a aventurar, que los niños
son muchos más creativos que nosotros, no tienen nada de lo que envidiarnos. Tienen la apertura mental de alguien que está vacío y dispuesto a llenarse, utilizan el método científico sin saberlo, tienen sentido crítico desde
pequeños puesto que van a cuestionar todo el mundo (conceptual o físico) que has hecho tanto hincapié
en crear para él… Quizás es eso lo que nos fastidia: que alguien nuevo e inexperto
venga a cuestionar algo que ya tenemos bien formado. Error el nuestro ese de caer en
el enclaustramiento de la vejez, llegando así, otra vez, al punto del
arrebatamiento de la identidad del niño. Ese cierre mental no es más que la coartación del nuestro niño interno. Otro más. Les quitamos la identidad y además
ahora el sentido crítico, año tras año, en todos los ámbitos. ¿Y ese es el
futuro del que depende el mundo? ¿Seres sin identidad? Día a día gastamos
energía en quejarnos sobre la mala Educación que hay, pero amigos, la educación
la prohibimos nosotros en el momento en que contenemos las ganas de vivir de los
seres más puros, de la naturaleza propia: el caos con cierto orden. Eso son los
niños. Tememos que en nuestro mundo de estructuras se descuelgue algo, porque necesitamos creernos seres estables y maduros. Como si no estuviésemos en constante cambio, como si no tuviésemos una base estable de la que siempre hemos partido, desde que nuestra mente empezó a darse forma...
Para que la sociedad cambie necesitamos establecer una
relación de armonía con nosotros mismos, y, por ende, con los niños.Cuando todo está en armonía no es necesario probar los límites de nadie y se crea un todo que se desarrolla conjuntamente.
Necesitamos olvidar y des-olvidar. Olvidar que los niños son inferiores a
nosotros y des-olvidar que algún día fuimos niños.
Necesitamos dar amor a
nuestros sucesores, porque es el abono natural y universal, que muchas veces
evitamos utilizar porque requiere más trabajo y más salidas de nuestra maravillosa zona de confort, cayendo en lo insustancial y frío de la instrucción sin propósito alguno mas que el propio. Si les quitamos el derecho a lucha con nuestros actos/palabras, ¿quién luchará/pensará por/en ellos entonces?
-K.

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