Me persiguen esos monstruos ya hechos fantasmas del pasado.
Me acorralan en un rincón haciéndome ver que no tengo nada que hacer para
escapar, dándome la cadena que arrastran para que, a pachas, llevemos el peso
del paso del tiempo estancado. Por una parte, acepto; por otra… me aliento a
creer en mí. Es un aliento débil, que, por el desgaste, intenta recuperarse y
ganar fuerza. Ese aliento tiene un demonio y un ángel que no discuten, están de
acuerdo, piensan exactamente lo mismo. Y cuando dos personas piensan
exactamente lo mismo siempre, una de las dos está pensando por la otra. El
fuego de esa actitud apunta a que los pensamientos vienen del demonio, pero,
¿quién sabe? Igual es el ángel que me advierte y el demonio que me lleva a dar
vueltas al lugar donde nada acaba siendo lo que es y todo es lo que era. Al fin
y al cabo, con tanta vuelta, uno acaba olvidando que sólo tiene que coger el
volante, parar y volver a conducir como si el camino fuese nuevo. Como si
fueses tú la que conduces, pero sin que se note que estás siendo llevada, que
los vientos hoy no te permiten seguir otro camino.-K.
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