Volví a pasar por la puerta en la que estaba la sirena que
nos acompañó, la campana por la que fuimos salvados. La puerta en la que
juramos, desjuramos, perdimos las ganas y tantas veces las derrochamos. Pero ya
no estabas. ¿Cuánto tiempo llevas sin pasar por ahí? Ni siquiera yo estaba por
ahí. Un recuerdo, una reminiscencia, de estos tan vivos que sientes el puñal
clavándose en tus ojos, para no ver, para que el nuevo dolor resuene más que el
viejo del alma; trabajo fácil.
Seguimos caminando y la sirena sigue ahí. A veces, a lo
lejos, puedo oírla. Suelto una sonrisa amarga. Aunque ese sabor a agua con sal
cristalina de la amargura sabe bien; las sonrisas también saben bien. Al menos
eso me decías, que la mía sabía como aquella miel que no está hecha para la
boca del asno.
Así que, me quedo con eso; porque ni siquiera la campana
quiere salvarnos ya.
¿Salvarnos de qué?, pregunta.
-K

No hay comentarios:
Publicar un comentario