No sé ni por dónde empezar. Siempre que quiero analizar una
situación, parto desde un punto fijo irrebatible para buscar una base sólida.
¿Dónde está el fallo entonces? Que no hay base sólida, no sé hacia dónde
remontarme. No hay nada. O hay tanto que acaba cayendo por su peso o lo acaban
haciendo caer y acaba siendo nada. Entonces me remonto a una verdad aceptable:
no hay nada. Vacío. Miro a mi alrededor, levanto piedras, escavo tierras llenas
de piedras, buceo en aguas pantanosas…y nada. Vacío. Da rabia que se vea algo
tan mundano, con la cantidad de estímulos que tenemos al alcance. Da rabia que
no queramos verlos, que lo blanco sea negro y que lo negro sea denigrante. Que
lo triste sea motivo de risa y que la risa sea de todo menos genuina. Que lo
complicado sea divertido y merezca perder tu dignidad por ello, y que lo real y
suficiente no sea necesario y no merezca ni tu tiempo. La esperanza falsa del “llegar
a ser algo”, “llegar a ser alguien”, sin calcular si a este ritmo podríamos
llegar a algún lado. O si es necesario llegar a eso. El anhelo de algo que no
eres y quieres llegar a ser te nubla y ves cualquier forma válida para
conseguirlo. Cualquier forma. Causa y efecto. ¿Y qué pasa con el proceso?
Abarca demasiadas cosas para poder controlarlo. Joder, ¿cómo vamos a anhelar
ser algo si ni siquiera anhelamos el proceso que es tan nuestro, que es tan
nosotros, que es nuestra elección? ¿Cómo pretendemos no encontrar que se nos
devuelve lo que proyectamos en el exterior? Amamos vacíamente, nos aman vacíamente.
Hacemos algo que no nos gusta, tenemos al final un producto que no nos gusta
(trabajo, estudios, educación…). Robamos aspiraciones, nos arrebatan las
nuestras. Amargamos al de al lado, nos amargan a nosotros. Y el que más me
gusta: decimos que nos queremos a nosotros mismos, y nos quejamos de que no nos
quieren. Igual hay algo que no estamos haciendo bien, igual hay algo vacío en
esa última frase que parece lleno… como todo.
-K.

No hay comentarios:
Publicar un comentario