viernes, 29 de julio de 2016

Mirada perdida a la comprensión.

Puse los horizontes y el punto de fijación más profundos, y lejanos a la vez, de la superficie para permitirme perder una vez la mirada en un deseo real. Descubrir un mundo nuevo desde unos ojos y un cerebro nuevo. El miedo del principio no lo decía en alto, pero si estaba ahí era por algo e incomodaba el muy cabrón. Primer día con nuevo cerebro y ojos nuevos. La torpeza es real y comprensible, pero la ilusión se ha hecho material. Un solo cerebro nuevo dividido en miles de trocitos chiquitines y diferentes. La cantidad enorme de peculiaridades de cada uno era como obras de arte por desmenuzar y descubrir. No me costó mucho mirar a cada uno de ellos con asombro y amor. Y hasta puedo decir que me identificaba con ellos, aunque a día de hoy no sé si esta sensación fue a priori o después de pasar un mes con ellos.
Los segundos, terceros, cuartos días, etc., el cerebro y ojos nuevos se adaptaban mejor. Vas conociendo las pequeñas costumbres repetitivas de cada uno. Hasta de los que no tienes que estar pendiente. Casi siempre me encontraba con miradas perdidas, pero cuando me encontraba con una que me miraba de frente, sólo hacía eso: encontrarme. A veces me hablaba como si me pidiese que le contase qué estaba pasando por mi cabeza, puesto que con su boca no podía. A veces sonreía. Eso era lo mejor. Yo hablaba. Pobre de mí, con ese pensamiento de que todo se lidia hablando. Me creía ignorada, pero no. Esos chiquitines sabían perfectamente hasta la última palabra, pero tú lo intuías por su forma de expresarlo. Te hacían ver que la comunicación es muy amplia, sólo si quieres y tienes ganas de entender.
También aprendí de esos pequeñines que la soledad no es tan mala como parece. Yo ignorante, me dejaba invadir por la pena hacia esa soledad suya. Ellos venían y me daban un abrazo y un beso dándome una respuesta amplia e inmediata a mi pena sobre su soledad. Más que una respuesta, una lección. Y aunque a veces parecía que siguiesen solos y su mirada no se dirigiese a ti, sus actos y sus palabras, si les salían, sí. Su mirada podía perderse acompañándote durante larguísimos minutos y haciéndote saber que estaba en este mundo mostrándote de vez en cuando que estaba ahí contigo. A gusto. Tranquilo. Calmado. Pausado. Quién sabe si reflexivo.
No todo era calma, por supuesto. “Moverse es sinónimo de estar vivo” y sí, ellos lo estaban. A veces demasiado. A veces, intentando ver que lo estaban, infringían daño por estar soportando convenciones innecesarias en su mundo y tan arraigadas en el nuestro y a nosotros, que nos dedicábamos a hacérselas ver sin reparo alguno. El daño significaba “¿por qué, maldita sea?”. Una de esas convenciones era la mentira. No soportaban la mentira, el chanchullo, el maquillaje de situaciones y el descubrimiento de la realidad mucho después. Quizás aquí fue donde más me identifiqué con ellos, por ello recibí cada uno de los golpes metafóricos y reales sin enfado y con paciencia.
Siguiendo con la ausencia de calma, recuerdo el papel de los chiquitines y la importancia del nuestro. Podrían intentar muchas veces ponerte al límite y tu error sería siempre verlo como el enemigo al que hay que exterminar. Lo acertado era la disciplina en valores y en emociones. Era divertido recordar en voz alta cómo te estabas sintiendo. Aprendías que era una cosa que no hacías ni tú para ti mismo. También tenían frustración física inevitable y fruto de la prisa de éste nuestro ambiente con ruidos de todo tipo y agobios de todos los colores. La frustración le golpeaba, le tapaba los oídos, sollozaba, etc., como manera de evitarla.
Lo cierto es que no todo era tan duro. Muchas veces, o la mayoría del tiempo, podría llamarse agotador, sin ser sinónimo de algo pesado e inaguantable. El aprendizaje, el cariño, la comprensión, la atención, nuevas perspectivas, vitalidad, etc., que recibías de ellos, pesaba mucho más.  Y eso no se podía pagar.
Lo  cierto es que costaba no levantarse con ganas y tener la certeza de que, aunque ellos sean más de patrones repetitivos,tú siempre ibas a descubrir algo nuevo. Y esa era la magia de llevar un cerebro y ojos que no eran tuyos: estar dispuesta a comprender la novedad y apreciarla como tal.
No estaba sola en esa tarea, me acompañaban día a día, haciendo todo más fácil. Y oye, al final, cuando estás pillando el truco de magia, tienes que recoger el espectáculo.
Con buen sabor de boca. Y sonriendo con la mirada. ¿Qué más da si perdida o no? Siempre habrá un interlocutor dispuesta a encontrarla.

Y joder, muchas gracias.