-"Me caigo", dice el mundo.
-"Te llevas cayendo mucho tiempo", le contesto yo.
Hacía tiempo que no escribía. Mis ganas habían muerto, algo
se había dormido o simplemente tenía miedo a romperme más. Creía necesario
dejar este mensaje, me entendáis o no.
Somos una masa que se desplaza por inercia y por puro
movimiento rotativo, dando vueltas, a modo de huracán con toda su connotación.
Ambiente, valor y enseñanza, pobres de ganas de definirse e impartirse. No hay
espacio para nada original, la historia hace un vaivén repetitivo: cada
tragedia vivida dos veces, o tres, según su magnitud y su facilidad para ser
repetida.
Nos encontramos con demasiados “que no llego a este lugar”,
distraídos como el que escucha música en segundo plano, abstraídos en nosotros
mismos, porque no hay cabida para que pensemos en algo más grande, más gordo y
que nos engloba a todos; cuánto puto drama tan mal llevado, cuántas pocas ganas
de tomarme las cosas en serio, de darle un poquito de criterio a palabras de
bocas desconocidas o incluso a aquellas conocidas; cuántos músculos movidos
artificialmente para sonreír, como creyendo que controlamos un títere, cuando
los manejados somos nosotros. Múltiples cosas nos modelan, desde la más
imperante a la menos involucrada. Y nosotros, ilusos, que nos creemos dueños y
señores de ésta nuestra tierra. Y como dueños y señores de ella, soltamos esos
maravillosos “a ver qué se le va a hacer” como la mejor justificación, ante
todo.
Todo, todo tan igual y tan absurdo. Todos, todos tan
ocupados y tan monótonos.
“ -¿Cómo te encuentras hoy? -Con mucho lío. “
No entiendo qué narices
hacemos descuidando nuestras necesidades emocionales (y, por ende, corporales)
por un “falta de tiempo”, una “tarea no entregada” o un “que no llego”. También
queremos controlar eso, alterarlo a nuestro gusto. Somos los que mandamos,
¿recuerdas? Y la bola, normalmente, se hace más grande. Ocupa nuestro ser y al
final acabamos no conociéndonos y palpando sólo esa bola enorme y ambigua.
“No
sé qué me pasa, no solía estar/ser así” cuando la bomba explota y se hace
notable que algo no va bien. Los mensajes negativos que nos manda la cabeza no
son más que mensajes merecidos, por ingenuos y procrastinadores.
No me malinterpretéis, no tenemos por qué ser todos así.
Eso, como casi todo, se puede aprender. “Creeré en la humanidad el día que el
rincón de pensar deje de considerarse un castigo.” Pensemos más, en todo lo que
nos concierne. Hay tanto campo que agobia y asusta. Nos estamos cayendo con
todo lo que eso conlleva, pero la mente de un optimista siempre tiene un último
paso que dar.
Una última oportunidad para un último baile.
Aunque ni siquiera sepamos cómo empezar a bailar.

