Tanto el hecho de pensar que valoramos algo, como unas palabras soltadas al aire, son lastres. Es curioso que tengamos que notar su ausencia para otorgarle un determinado valor. El frío nos hace saber qué es el calor, el dolor nos hacer saber qué es el placer, las cosas malas hacen que sepamos cuándo nos pasan cosas buenas... Muchas veces, las alegrías son desgracias maquilladas por una reconsideración. Reconsiderar es volver a reflexionar sobre algo, volver a etiquetarlo, volver a valorar su cuantía. Somos comerciantes torpes que erran constantemente en el precio que colocarle al "producto", con una única diferencia: ellos pueden retirar el precio de frágil papel y colocarle otro nuevo; nosotros también, pero nada te garantiza que después de tu error ese "producto" se encuentre en el mismo estado.
Sobrevalorar e infravalorar, ambos bombas de relojería. Dar más valor del que merece, dar menos valor del que merece... ¿No estaba la virtud en el término medio? Nos faltan tantos términos medios y nos sobran tantos extremos que nos hacen dar pasos en falso, caer hondo y sin cuerda para volver a subir. Pero. ¿sabes qué? De eso aprendemos, te lo juro, lo hacemos; como nunca antes lo hemos hecho. Volvemos al principio: ausencia para que podamos otorgarle el valor que merecía a aquello que nos falta. Y aquí estamos perdidos... lo hemos perdido.
miércoles, 25 de febrero de 2015
lunes, 9 de febrero de 2015
Un papel en el fuego.
Érase una vez...no. En un lugar donde
la magia...no. Hace mucho mucho tiempo...no. Bueno, dejémonos de
cuentos. Esto es la realidad. La cruda y fresca realidad. Fresca
porque cuando te viene a la cara es como si te tirasen una jarra de
agua fría. Porque no te lo esperas, porque te viene de la nada. Te
rompe. Romperse puede ser bonito. La gente puede romper a reír de
carcajadas, romper a llorar de emoción, romperse a la hora de
escribir y abrir su caja de Pandora interior... Sí, es bonito, ¿no?
Pero quizás por condicionamiento se nos ha inculcado que romper es
algo feo, algo doloroso. Y bueno, doloroso sí que es. Pero, ¿por
qué el dolor tiene que ser feo? Ibas andando, despistado, mirando al
móvil, y te caes. Duele. Te peleas con alguien que te tira al suelo
de una. Duele. Tu madre te pega una bofetada porque haces algo mal.
Duele. Pero de todo este dolor físico aprendes que debes fijarte más
en las cosas que te rodean, que hay que buscar la paz contigo mismo y
con los demás, que debes actuar siempre consecuentemente... Todo ese
dolor te proporciona lecciones y ganas de hacerlo bien. Pero, ¿qué
pasa con el dolor emocional? ¿Qué pasa con esos puñales invisibles
que se te clavan sin darte cuenta? ¿Qué pasa con esas ganas de
censurar todo aquello que crees que te va a dañar con sólo mirarlo?
¿Qué pasa con las ganas de alejarte de aquello que te va a consumir
como si fueses un papel en el fuego? ¿No os duele con sólo
pensarlo? Quizás el matiz que hay que hacer no es que el dolor sea
feo, si no que no es agradable, pero es necesario. Nos vamos a romper
unas cuantas veces, nos van a romper muchas otras más, pero será
necesario. Será imprescindible recrearnos en ese dolor, convertirlo
en odio para después encontrar la manera de que se transforme en
mariposa y vuele. Sólo así estaremos liberados y podremos decirle a
ese dolor: “sí, has seguido siendo mi motivo de inspiración para
escribir, pero nunca más de la manera en la que te gustaba,
capullo”.
-K
domingo, 1 de febrero de 2015
Exhalar.
Dejamos un ratito para que nuestros deseos más profundos se juntasen. Dejamos un ratito para unir nuestros corazones desnudos. Sin influencias, sin ideas que interfiriesen, sin nada. Naturaleza pura del sentir, una tregua para nuestras almas. El verdadero sentimiento. Pequeño momento de escape, antes de volver a la bofetada de la realidad.-K
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